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San Marcelino

Marcelino José Benito Champagnat Chirat nace en Rosey, Francia el 20 de mayo de 1789. A muy temprana edad decide ingresar al seminario de Verrières y hacerse sacerdote. Pese a haber recibido una educación precaria en su infancia Marcelino se esfuerza arduamente en su preparación académica en el seminario hasta obtener calificaciones sobresalientes. Realiza progresos visibles en su piedad y en su acción apostólica entre sus compañeros, se esfuerza por una vida espiritual más intensa y profunda prometiendo al Señor instruir a los que ignoren tus divinos preceptos y enseñar el catecismo a todos sin distinción de ricos o pobres y así lo hace. Impulsado por su amor a la Virgen e ilusionado con el deseo compartido de fundar una congregación religiosa, San Marcelino funda el Instituto de los hermanitos de María en 1817 como respuesta a la necesidad de educación y evangelización de niños y jóvenes, para los que soñó un entorno seguro sintiendo que “para educar hay que amar”.

Expresa así su voluntad de educar buenos cristianos y buenos ciudadanos. El estilo educativo que propone Marcelino se basa en la sencillez y la bondad, la autenticidad y la apertura. Insiste también en el espíritu de familia, en la benevolencia, en la devoción a María, expresada más en actos que en palabras, en el trato bondadoso a los alumnos, en el espíritu de trabajo y en el ideal de una educación religiosa muy profunda que debe subrayar la relación con Dios en la confianza.

El ideal de Marcelino se construye en su espiritualidad, en el amor a Jesús y a María, siendo esto la fuente que inspira su pedagogía. Los Hermanos Maristas, el legado de Champagnat, son personas consagradas a Dios que siguen a Jesús al estilo de María y que adoptan sus frases como “Sin María no somos nada y con María lo tenemos todo” o “Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús” haciéndolos herederos de a quien llamamos Nuestra Buena Madre. La humildad y la sencillez de Marcelino se expresan a través de todas sus obras y de ese entusiasmo a favor de los niños y jóvenes, en especial de los más necesitados. 

Marcelino entrega su alma a Dios a la edad de 51 años un sábado 6 de junio de 1840 durante una vigilia de Pentecostés. El 18 de abril de 1999 en la plaza San Pedro del Vaticano el papa Juan Pablo II canoniza a Marcelino y le reconoce como santo de la Iglesia universal. Como discípulos de San Marcelino, nos comprometemos con las actitudes de la Virgen: colaborar sin protagonismo, llevar el mundo a Dios, tener espíritu de servicio y convivir como familia.