Cada 6 de junio, la familia marista en todo el mundo, y de manera especial aquí en Venezuela, se une en una profunda reflexión conmemorativa. No es simplemente recordar una fecha en el calendario, sino celebrar la vida, el espíritu y el legado perenne de San Marcelino Champagnat, fundador del Instituto de los Hermanos Maristas. Es un día para volver la mirada a aquel sacerdote humilde y visionario que, con un corazón ardiente por Jesús y María, encendió una llama de esperanza que sigue iluminando a millones de jóvenes y educadores.

La vida de Marcelino estuvo marcada por una profunda sensibilidad hacia las necesidades de los más desfavorecidos. En la Francia posrevolucionaria, observó con dolor la ignorancia y el abandono de los niños y jóvenes, especialmente en las zonas rurales. Su famosa frase: «Para educar bien a los niños, hay que amarlos y amarlos a todos por igual», no era solo un ideal pedagógico, sino el reflejo de una convicción arraigada en su fe: todo niño es amado por Dios y merece una oportunidad para crecer en conocimiento y valores.

El 6 de junio nos invita a detenernos y contemplar la audacia de Marcelino. Imaginemos la pobreza de recursos, las dificultades y la incomprensión que enfrentó al iniciar su obra. Sin embargo, su fe inquebrantable en María, a quien llamó su «Buena Madre», y su confianza en la Providencia divina, le dieron la fuerza para perseverar. Fundó los Hermanitos de María (más tarde Hermanos Maristas) con el propósito de ofrecer una educación de calidad, arraigada en los valores cristianos y adaptada a las necesidades de cada alumno. Su intuición pedagógica, centrada en la presencia, el amor y el trabajo, sigue siendo hoy más relevante que nunca.

En este día, especialmente en nuestra Venezuela actual, tan marcada por desafíos y esperanzas, la figura de Marcelino Champagnat adquiere una resonancia particular. Su espíritu de solidaridad, su capacidad de ver a Cristo en cada joven y su compromiso con la evangelización a través de la educación nos interpelan. Nos recuerda la importancia de no claudicar ante las adversidades, de mantener viva la llama de la esperanza y de seguir trabajando incansablemente por una educación que forme ciudadanos íntegros y comprometidos con la construcción de un futuro más justo y humano.

Celebrar el 6 de junio es, por tanto, una invitación a:

• Renovar nuestro compromiso educativo: Inspirados en Marcelino, a ser educadores que no solo transmitan conocimientos, sino que acompañen, escuchen y formen el corazón de los jóvenes.
• Vivir el espíritu de familia: Marcelino construyó una comunidad de hermanos y colaboradores unida por el amor a Jesús y a María. Este día nos llama a fortalecer nuestros lazos de fraternidad y a trabajar juntos por el bien común.
• Ser audaces en la misión: Como Marcelino, a no tener miedo de los desafíos, a confiar en la Providencia y a buscar nuevas formas de llevar el mensaje del Evangelio a los jóvenes, especialmente a los más necesitados.

¡Viva San Marcelino!